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domingo, 28 de septiembre de 2008

En Toledo van a enseñar algo hasta ahora desconocido

Toletum Visogodo presentará, por primera vez en público, la cruz visigoda hallada en los trabajos de arqueología del yacimiento de la Vega Baja de Toledo, con motivo de las Jornadas de Puertas Abiertas y de la exposición que se llevarán a cabo a partir del próximo 9 de octubre.Se trata una cruz de bronce visigótico-mozárabe con brazos de forma trebolada, cuyos interiores están decorados con esquemas de palmeras y que, a su vez, rodean un círculo central en el que se encuentra una flor de cinco pétalos. Uno de los brazos de la cruz, que puede estar relacionada con algún destacado personaje de la iglesia toledana de los siglos VII o VIII, sirvió para inspirar el logotipo de la empresa Toletum Visigodo.Los ciudadanos que visiten la exposición, podrán ver la cruz completamente restaurada, sin la herrumbre propia de los siglos que permaneció enterrada, y en la que los científicos especialistas, utilizando los métodos más avanzados en arqueología moderna, han logrado rescatar gran parte del revestimiento de oro con el que originalmente fue cubierta, informó Toletum Visigodo en nota de prensa.La emblemática pieza ha sido restaurada especialmente para la exposición y para que pueda ser observada, junto a una treintena de objetos hallados en el yacimiento, por todos los ciudadanos que se acerquen a la antigua nave de la Imprenta de la Fábrica de Armas. La muestra estará abierta al público del 9 al 24 de octubre y su entrada será libre y gratuita.Para participar en las visitas guiadas en el campo arqueológico de la Vega Baja, los ciudadanos que lo deseen deberán reservar día (del 9 al 11 de octubre) y hora (de 9.00 a 14.00 y de 16.00 a 18.00). Se organizarán grupos de 10 personas a quienes un especialista explicará la composición y las estructuras de los vestigios y plantas de los edificios y caminos descubiertos en el yacimiento, así como el trabajo que realizan los arqueólogos a pie de campo a quienes podrán observar en plena labor.
Tomado de: http://www.eldigitalcastillalamancha.es/articulos.asp?idarticulo=41069

Los arqueólogos sitúan en la Carisa el gran asedio astur contra los romanos del 22 a. C.


Las investigaciones confirman que la zona fue ocupada en tres ocasiones, en diez años, por las tropas de Roma
La calzada transitaba muy cerca de La Rúa, en la capital asturiana, donde acaba de ser descubierta una fuente que liga la ciudad a la romanización
Aller / Lena,
José A. ORDÓÑEZ
Lo cuenta Dión Casio. «Los astures, tan pronto como fueron rechazados del lugar fortificado que estaban asediando y, tras ello, vencidos en combate, ya no continuaron la sublevación y rápidamente se sometieron». Los arqueólogos que estudian el campamento romano del monte Curriechos, en el entorno de la vía Carisa, sostienen que ésta fue la plaza fuerte imperial que los indígenas atacaron ferozmente en el transcurso de la rebelión contra Publio Carisio del año 22 antes de Cristo. Una revuelta en la que los pobladores de lo que hoy es Asturias mantuvieron en jaque y a punto estuvieron de doblegar a las tropas legionarias acantonadas en lo alto de la Cordillera, a más de 1.700 metros de altitud, como prueba el hecho de que sólo pudo ser sofocada totalmente gracias a los refuerzos llegados de Cantabria comandados por Gayo Furnio. Los trabajos realizados este verano por Jorge Camino, Yolanda Viniegra y Rogelio Estrada en La Carisa no han hecho sino reforzar el carácter bélico del campamento romano del monte Curriechos. En concreto, y además del sofisticado sistema de fosos y empalizadas de la plaza fuerte, los arqueólogos han confirmado una peculiar barrera defensiva asociada al enclave. Según explica Camino, «se trata de un defensa lineal, que corta la ladera occidental y la vía Carisa por delante del resto de fortificaciones, a lo largo de medio kilómetro y a través de un fuerte desnivel natural». El investigador añade que «al igual que sucede con otras barreras de Curriechos, está formada por una fosa en forma de V y por un talud rematado en un basamento de piedra, sobre el que se asentaría una empalizada, siendo necesaria al menos una cohorte (cerca de medio centenar de hombres) para hacerse cargo de su cobertura». Este tipo de defensas adelantadas, según indica Camino, «sólo eran levantadas por los romanos cuando existía la amenaza de un enemigo real», destacando el hecho de que «la línea se dispone exactamente enfrente de las murallas astures del Homón de Faro», situadas a un millar de metros, pero datadas, de acuerdo a los primeros estudios de carbono catorce, en torno al año 700 después de Cristo, muy posiblemente sobre otra primigenia coetánea de Curriechos. A la vista de todos estos descubrimientos, los arqueólogos de la Carisa sostienen que «el hecho de que el campamento romano sufrió un asedio que bloqueó las tropas allí alojadas es algo cada vez más sólido, tal y como reconocen militares, arqueólogos e historiadores». Se trata de una cuestión que también viene avalada por «la concentración de gran cantidad de efectivos militares en un espacio precario, la expansión de dispositivos defensivos en un grado que no tiene parangón en el resto de los campamentos adscritos a las guerras cántabras y por el sintomático hecho de las fortificaciones de las aguadas». Además, el hallazgo de una moneda de Carisio del año 23 antes de Cristo, junto a otra acuñada en Celsa (Velilla del Río Carrión), en un momento de refortificación de las instalaciones, apoya con solidez, según el equipo arqueológico, «la vinculación con los acontecimientos del año 22 antes de Cristo». Es decir, «con la rebelión de los astures que llegaron a sitiar un campamento del ejército de Carisio, que vendría a sofocar la revuelta, y que solo pudo ser controlada merced a los refuerzos enviados por el general Gayo Furnio». Por otro lado, las excavaciones que se llevaron a cabo en la zona alta del campamento romano han aportado nuevos e interesantes datos sobre el espacio de barracones que fue localizado en el transcurso de la campaña arqueológica de 2007. Así, Camino, Viniegra y Estrada han podido identificar los vestigios de las cimentaciones de varias de estas construcciones. Consisten en edificios de planta rectangular, con basamentos de piedra sobre los que se apoyaban paredes de tapial y vigas de madera bien escuadradas, dándose el caso de que algunas de ellas conservaban aún clavos de hierro. Comenta Jorge Camino que «el modelo que hemos reconocido estaba formado por un edificio rectangular compartimentado en dos estancias. La mayor, de 4,90 por 3,40 metros, servía de dormitorio y en ella quedan huellas de alacenas o literas. La menor, de 3,60 por 3,40 metros, fue utilizada como almacén y para diversas tareas domésticas». Los arqueólogos han recuperado en esta habitación vasijas para el agua y depósitos de frutos, entre ellos gran cantidad de avellanas, trigo y otros, que están siendo analizados por Leonor Peña, investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Los barracones eran denominados «contubernia» y tenían capacidad para albergar a ocho soldados. En el caso concreto de Curriechos, los edificios se levantan en ambos lados de una calle empedrada, de más de dos metros de ancho, que atraviesa el segundo recinto del campamento a lo largo de medio centenar de metros. Los arqueólogos consideran que este desarrollo constructivo «prueba que, por lo menos, la plaza fuerte fue ocupada de forma semipermanente», algo que, a su juicio, «despierta asombro, dado que se ubica a 1.700 metros de altitud». Camino, Viniegra y Estrada han podido comprobar que los barracones están adscritos a la última de las tres fases de ocupación del campamento. La primera correspondería al periodo de guerras de los 26 y 25 antes de Cristo, la segunda a la revuelta del año 22 y la tercera a la fase postbélica, cuando es posible que acogiera a unidades de la legión VI Victrix. El papel de este destacamento se basaría en la administración del territorio, la elaboración de censos o labores policiales en la etapa germinal de la romanización de Asturias.Aller / Lena, J. A. O. Juan José Cepeda Ocampo, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria, no tiene dudas. A su juicio, la Carisa es «el paso más espectacular del Norte de Hispania». El origen de esta vía, mandada construir por Publio Carisio, de quien toma el nombre, se remonta al año 27 antes de Cristo y está directamente ligado a las guerras de conquista del territorio que hoy ocupa Asturias. La gran altitud por la que transita, alcanzando cotas de 1.800 metros, la convierten en una de las rutas más elevadas del Imperio Romano. Jorge Camino, Yolanda Viniegra y Rogelio Estrada apuntan que se trata de una carretera adaptada al tráfico de vehículos rodados. Partía de León o de sus proximidades, donde había acantonamientos permanentes del ejército romano y donde se unía a la red general de comunicaciones del Imperio. Su destino era el Océano y, más en concreto, la bahía de Gijón. Para ello, atravesaba el centro de la región y pasaba por Oviedo. Es más, los arqueólogos sostienen que el topónimo del barrio de La Carisa está directamente ligado a una ruta que, por cierto, transitaba muy cerca de La Rúa, donde Rogelio Estrada acaba de localizar una fuente de la época romana. Las legiones, en torno al año 25 antes de Cristo, construyeron un campamento en el monte Curriechos, justo al lado de la vía Carisa, a una altitud superior a los 1.700 metros y en plena Cordillera. En un primer momento, los arqueólogos sostuvieron que la plaza fuerte fue levantada para hacer frente a las tribus indígenas, que se habían acantonado en el cercano Homón de Faro con una gran muralla que cortaba el paso por la ruta. Sin embargo, las pruebas de carbono 14 fijaron la construcción de la línea defensiva indígena en torno al año 700 después de Cristo. Viniegra, camino y Estrada están a la espera de nuevos controles de datación cronológica para saber si, en realidad, se erigió sobre otra primigenia coetánea de la de los romanos, tal y como parece indicar la lógica bélica de este impresionante escenario. De confirmarse este extremo, la Carisa cobraría aún mayor relevancia histórica, puesto que habría sido el enclave natural de defensa de los astures a lo largo de siete siglos. Primero para hacer frente a los romanos y, después, para tratar de impedir campañas de castigo de los visigodos o con el objetivo de oponerse a la invasión árabe. La zona promete deparar nuevas y grandes novedades en los próximos años, aunque, de momento, ya se ha revelado como uno de los yacimientos arqueológicos de mayor importancia de la región.