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lunes, 1 de septiembre de 2008

Roma en medio del castro

Trabajos en una de las estancias de la domus, con el patio de columnas al fondo.

fragmento mural


Rubén Montes y Susana Hevia, junto a una de las columnas

El patio de columnas en el Chao Samartín convierte al yacimiento en único en EspañaLa estancia porticada contiene ocho basas de granito rodeadas de un corredor

Eduardo GARCÍA

La última campaña de excavaciones arqueológicas en el Chao Samartín (Grandas de Salime), que finalizó el pasado viernes, ha definido y consolidado un descubrimiento «sin parangón» en los castros asturianos: el patio romano de columnas, una referencia a la arquitectura clásica en pleno ambiente castreño que pudo tener vigencia hasta finales del siglo I de nuestra era y que demuestra el carácter de capitalidad que llegó a tener este asentamiento, convertido ya, según muchos, en el castro con mayor potencialidad arqueológica de España. Se trata del corazón de la domus, toda una casa del poder en el castro. Los arqueólogos han sacado a la luz un total de ocho columnas de un granito quizá llegado de la zona de Boal o de canteras de Galicia; una estancia porticada que serviría para recibir a los visitantes y para despachar asuntos, y que además permitía nutrir de luz y ventilación a toda la casa. El patio conectaba directamente con la entrada a la domus. En medio de los basamentos de las columnas, rodeados de un corredor a modo de claustro, el director técnico de las excavaciones, Rubén Montes, asegura que «hace tan sólo cinco años esto era un ambiente impensable». La domus, cuya planta estaba ya identificada en anteriores campañas, no deja de deparar sorpresas, aunque no es ni con mucho la mejor «despensa» de materiales del castro. «A finales del siglo I la domus no se reutiliza, sino que se expolia, todo lo utilizable se usa», explica el arqueólogo Ángel Villa, director del plan arqueológico del Navia-Eo. De hecho se sospecha que en algún momento de la Edad Media la antigua casa del señor romano fue reconvertida en centro religioso cristiano. Una sospecha en la que tienen mucho que ver las tumbas -algunas infantiles- de los siglos IX y X halladas en las inmediaciones. La historia se superpone y configura en el Chao Samartín un lugar mágico. El poder romano se asienta aquí no por casualidad. Villa está convencido de que «este castro ya venía desempeñando un papel de capitalidad en su entorno». Lo que hace Roma es añadir poder a las estructuras de poder. El Imperio logra en muy poco tiempo una eficacia administrativa asombrosa. Finalizada la conquista militar, Roma se asienta, crea su mapa fiscal y patrocina una aristocracia local que le va a servir de intermediaria a la hora de la recaudación y que está plenamente consolidada a finales del siglo primero. Es probable -aunque aquí entramos en el terreno de las conjeturas- que el primer inquilino y promotor de la domus del Chao Samartín fuera un administrador romano, que con el paso de las décadas dejaría paso a un recaudador local. Los arqueólogos han constatado una fase inicial de construcción de la domus con trabajo muy fino, y otras posteriores de retoques más gruesos. En cierto modo es ley de vida. Las estancias que se abren al patio porticado tenían una profusa decoración mural en sus paredes. Miles de pequeños fragmentos policromados cubren las mesas de los laboratorios de la excavación a la espera de formar parte de un puzle de enorme complejidad. Algunos de los paneles podrían ser recuperados y recompuestos algún día. Técnica clásica donde las haya. Se trata de frescos sobre mortero, cuyo último enlucido es finísimo. Es entonces cuando se aplica el fondo de color y, sobre él, la decoración geométrica y las figuras. Cuando observamos algunos de los fragmentos se ven con claridad las incisiones con compás que los artesanos realizaban como guía para las pinturas posteriores. La arqueóloga Susana Hevia rescata de una de las cajas en el laboratorio del equipo en Grandas de Salime una pequeña pieza, ya catalogada, cuya perfección pone la piel de gallina. Es precisamente un compás de bronce del siglo I, época de Claudio, que podríamos usar veinte siglos más tarde. Apenas quince centímetros de perfecta simetría. En la llanura sobre la que se asienta el Chao Samartín, en Grandas de Salime, una pertinaz neblina cubría el pasado viernes prados y caminos. Es una neblina habitual, que probablemente no era tan frecuente cuando el poblado castreño estaba en su apogeo al comienzo de nuestra era. La niebla de la mañana viene de la mano del cercano embalse, producto de la modernidad. Era el último día de la campaña y hasta el Chao Samartín subió Pepe Naveiras, Pepe el Ferreiru, alma del Museo Etnográfico de Grandas de Salime (22.000 visitantes anuales, ojo al dato). Se han cumplido treinta años desde que Pepe el Ferreiru comenzó a excavar, ayudado por útiles caseros, en una finca de la familia de Manuel Barcia. Bajo aquel prao se escondía un monumento y una historia épica, la de un pueblo cuyo asentamiento primitivo fortificado está probado en el año 800 a. C. y que fue abandonado a raíz del terremoto que asoló el castro entre el año 160 y el 170 de nuestra era. En una de las vitrinas del fantástico museo del Chao Samartín se expone un pequeño recipiente de cerámica con la imagen de un león estampada en su superficie. Fue una de las primeras piezas rescatadas del olvido y el subsuelo por Naveiras y quienes le ayudaron. Pepe el Ferreiru observa el trabajo de los jóvenes arqueólogos en el Chao Samartín. «Hacía ya algún tiempo que no pasaba por aquí. Esto es impresionante, increíble», recita casi para sí. «Esto es acojonante».

Tomado de: http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008090100_46_671206__Sociedad-y-Cultura-Roma-medio-castro

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