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domingo, 7 de diciembre de 2008

Un aventurero de la arqueología

Novoa (derecha) junto a un megalito milenario de 4 metros.

Procesando las pinturas rupestres

Algunas de las figuras prehistóricas descubiertas


Texto: Tere GradínFotos: Archivo P. Novoa
Pablo Novoa ha realizado algunos de los descubrimientos más asombrosos de la ciencia que reconstruye el pasado. De norte a sur y de este a oeste, este aventurero de la arqueología y viajero infatigable ha recorrido más de medio mundo
Existe una gran piedra con grabados rupestres conocida como A Laxe do Barón, en la parroquia de Forzáns, en Ponte Caldelas, que desde hace tiempo atrae la atención de los especialistas. Se cree que es una de las rocas con grabados prehistóricos más grandes de Galicia. El investigador y arqueólogo gallego Pablo Novoa Álvarez fue el primero en llamar la atención sobre la importancia de las figuras del petroglifo de Forzáns en 1994. Este es uno de tantos de sus descubrimientos, insólitos y siempre de importancia. Como la labor que ha desarrollado en 30 años de trabajo buscando las similitudes entre las culturas indígenas caribeñas y las canarias, que demuestra a través de centenares de fotografías y recoge en uno de sus últimos libros Los araguaco-taínos: una cultura precolombina en las Islas Canarias. Y aún hay más porque a una hora escasa de Vigo y a pocos metros de la frontera ourensana, Pablo Novoa ha ubicado otro hallazgo único: figuras gigantescas formadas por rocas hincadas que forman una veintena de dibujos de animales y de rostros humanos alineados en piedra. Líneas comparables a las de Nazca, aunque en este caso están en Peneda-Gerês. Son sólo algunos de los muchos descubrimientos de este particular Indiana Jones gallego volcado en la arqueología y viajero infatigable que comparte con el héroe de la pantalla la misma pasión por la investigación, casi los mismos años y la afición a reconstruir rigurosamente el pasado, aunque para ello haya que sortear selvas, escalar montañas o huir de los reptiles.
Nació a la sombra de la muralla romana de Lugo, ciudad en la que jugaba y en donde siempre encontraba vestigios históricos —sin excavar, en superficie—, desde monedas a restos de cerámica. La afición iba despertando sin él saberlo hasta que en una oscura tarde de otoño de 1956 y apenas con 11 años, se quedó encerrado por error en el antiguo Museo de la Diputación provincial. Ya de noche le sacaron, pero quizás durante las horas que estuvo enclaustrado dentro de la sobria edificación del museo de Lucus Augusti le sobreviniera lo que él llama “maravilloso trauma arqueológico” que lleva encima desde hace cincuenta años y que le inclinó —inconscientemente entonces— a estudiar el pasado.Aunque su definitivo interés por el arte rupestre y el megalitismo —sus dos grandes pasiones— no le llegaría hasta su estancia en Venezuela. En el local de fotografía que regentaba su hermano se aficionó a esta especialidad y la chispa que encendió su ya clara vocación fue cuando un cliente llevó a revelar los primeros petroglifos encontrados en el estado de Barinas. A partir de ahí su interés por el arte rupestre prehistórico fue imparable. Hizo cursos, asistió a congresos y comenzó a viajar. Lo que más le llama la atención de las tallas rupestres son “los maravillosos diseños que existen, que solían ser elaborados por unos pocos privilegiados del grupo”, y le fascina igualmente el siempre misterioso mundo del megalitismo y de las enormes piedras encontradas en todas las culturas.En busca del arte perdidoEn Venezuela vivió Pablo Novoa casi treinta años, desarrollando una amplia actividad como fotógrafo e investigador de arte rupestre y arqueología. Recorrió sierras y sendas, atajó caminos, conoció la dureza del clima y ejerció de auténtico Indiana Jones ibérico. De regreso a Galicia desde hace algunos años, sigue en busca no del arca, sino de los petroglifos y del arte rupestre perdido.
Es autor de libros como Arqueología del estado de Barinas; Grabados rupestres de Galicia; Kuayu. Mis experiencias en el mundo mágico de la arqueología o Los araguaco-taínos: una cultura precolombina en las islas canarias, y ha publicado cientos de trabajos que le han llevado desde los más recónditos lugares de las selvas y la cordillera andina de Suramérica hasta las montañas del Alto Atlas en Marruecos y los Alpes italianos, además del Oeste americano, sin olvidar las experiencias tenidas en Galicia y Portugal. Colaborador en radio, televisión y otros medios, el afán viajero de Pablo Novoa, su tesón y la fortuna de contar con estudiosos e informantes que siempre le han dado precisas y esclarecedoras revelaciones, han sido determinantes en sus hallazgos. Y es que más de media vida dedicada a la arqueología y la fotografía le han dado sus recompensas, varias insólitas. Hace un tiempo descubrió la que podría llamarse Nazca galaico-portuguesa, en las montañas de Peneda-Gerês, en el concello luso de Monção. Novoa, después de siete años de investigación y tras explorar repetidamente la sierra con ayuda de pastores y los guías del parque, determinó que las alineaciones de piedras hincadas no forman ningún tipo de muros, y después de examinar ortofotos aéreas y compararlas con las tomadas en tierra, concluyó que los restos arqueológicos dibujan grandiosas figuras de diversas especies como aves, cuadrúpedos y anfibios, así como varios rostros humanos que van de los 50 a más de 350 metros de longitud. Muchas de las figuras pueden verse trasladándose a lo alto de las montañas vecinas, “por lo que no es probable que se hicieran para ser vistas desde el cielo, como las de Nazca”, refiere Novoa
Su más deslumbrante descubrimiento lo acaba de revelar a nada más llegar de la jungla venezolana. En su más reciente expedición, Pablo Novoa y sus acompañantes —un nativo piaroa y un arqueólogo venezolano— ubicaron uno de los más importantes hallazgos de arte rupestre de toda Suramérica, al encontrar un abrigo rocoso de más de 150 metros de largo totalmente cubierto de pinturas precolombinas de las que se desconoce su antigüedad, aunque quizás puedan pertenecer a tres periodos, realizadas por los aborígenes que poblaron la región hace varios miles de años. Las figuras, que se cuentan por cientos, presentan gran diversidad de motivos, desde fauna a escenas humanas que pueden abrir un nuevo capítulo en el estudio de la arqueología sudamericana. Para dar con este abrigo prehistórico, Novoa tuvo que ejercer de auténtico Indiana en plena selva. El lugar —cuyo nombre no se puede desvelar aún— se encuentra “a unos cincuenta kilómetros al norte de Puerto Ayacucho”, refiere el investigador. Hasta alcanzar la grieta en la que se encuentran los diseños intactos desde hace miles de años, Novoa y su pequeño equipo —entre ellos el aborigen piaroa que descubrió las pinturas hace unos años, cuyo hallazgo no había comunicado a nadie— tuvieron que caminar diez kilómetros a pie, otros tres abriendo trocha en la selva y después subir en cordada a la cumbre, ya que el lugar es inaccesible. Tal es el colorismo, la riqueza, diversidad y estado de conservación de las figuras que “es uno de los hallazgos que más me ha emocionado. Es impresionante ver un mural cubierto de pinturas antiquísimas y tan bien preservadas”, cuenta. La suerte, el azar o los caprichos del destino se aliaron con los viajeros de la selva para que la expedición fuese fructífera en descubrimientos. En otra comitiva expedicionaria que formaron a los pocos días, y a unos sesenta kilómetros al sur de donde se encuentran los diseños prehistóricos, los investigadores amazónicos ubicaron varios monumentos megalíticos, entre ellos un menhir de 390 centímetros de alto por aproximadamente un metro de diámetro, con algunos restos de grabados, lo que supone un hallazgo también novedoso dentro de la arqueología venezolana. Igualmente, situaron la cantera donde fabricaron y sacaron los monolitos, que serán estudiados por los científicos para determinar qué pueblo los realizó, su antigüedad y el posible uso que le daban
Las manifestaciones históricas no iban a quedarse ahí porque aprovechando la estancia en la zona, fronteriza con Colombia, el intrépido Novoa optó por cruzar el río que hace de frontera natural y allegarse hasta las montañas de San Roque —en la región colombiana del Bichada, peligrosa por la presencia de la guerrilla—, donde tenía conocimiento de la existencia de enormes insculturas talladas en la roca. El esfuerzo de Novoa, del arqueólogo Santiago Obispo y del estudiante de Antropología David Rodríguez tuvo su recompensa porque allí estaban dibujos de figuras animales y humanas “que van de los 15 a los 50 metros”, explica. Uno de los más llamativos por su tamaño es “una serpiente que puede superar los 50 metros de largo”. El sentido de tales diseños se desconoce. De momento, Pablo Novoa lo va a dar a conocer al director del Grupo de Rescate de la Pintura Indígena de Colombia. Son los últimos descubrimientos de este apasionado de la arqueología que, como el famoso Indy del cine, abre siempre insospechadas puertas a la reflexión sobre el pasado a través de sus hallazgos históricos.

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